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Posted on 22:02:00 by Frikilologos UCM and filed under
"Et siluit terra in conspectu eius".

Desde pequeños, muchos quisimos ser historiadores: vivir las apasionantes aventuras de Indiana Jones, buscar civilizaciones antiguas de la mano de los textos clásicos -como Schliemann- y, al final, encontrar los tesoros más preciados: en mi caso, el palacio de Ulises en Ítaca y la tumba de Alejandro Magno. ¡Ah! ¡Juventud, divino tesoro! XD

Pocos personajes han suscitado tanta fascinación a lo largo de las épocas como Alejandro Magno. Joven, inteligente, culto y hermoso; el más heroico de todos los grandes conquistadores, digna representación de un Aquiles de carne y hueso, inspiración para leyendas de la Historia como Julio César o Bonaparte. ¿Quién puede hacer sombra a Alejandro en fama? Solamente Jesús de Nazaret.

"Nadie antes que él había realizado semejantes hazañas; nadie había llegado con un ejército a tan lejana distancia de su país; nadie había concebido nunca un plan político de tales proporciones y, finalmente, nadie había sido nunca tan consciente como él de las consecuencias que ese plan tendría en el futuro de la Humanidad. Su muerte precoz y en la cima de la fortuna desencadenó el imaginario colectivo y provocó una serie de interrogantes sobre cómo sería el mundo si él hubiese podido consolidar su construcción y reunir la mayor parte del género humano bajo su égida. El eco de sus hazañas se multiplicó de forma desmesurada hasta resonar en los poemas medievales y en las canciones de los griot de Guinea, su imagen esculpida en mármol, pintada en los frescos, resplandeciente en los mosaicos, invadió el mundo entero de entonces. El arte promovido y difundido por él era reconocible aún tres siglos después en los valles impracticables de Afganistán y del Hindu Kush: el estilo Gandhara. Y todavía hoy se sigue transmitiendo entre las tribus montañesas que los caballos de aquellas tierras son descendientes de Bucéfalo, el semental de Alejandro.

Existe una tradición según la cual hace unas pocas décadas, en las noches de tempestad, las mujeres de las islas griegas, en espera angustiosa de los maridos que permanecían mar adentro en sus barcas, se dirigían a la orilla del mar y gritaban con grandes voces para dominar el fragor de las espumosas olas: "Pou ine o Magalexandros?", "¿Dónde está el gran Alejandro?". Y respondían con la misma fuerza: "Zi ke vasilevi!", "¡Vive y reina!", como si ese nombre poderoso tuviese la virtud de calmar la furia de los golpes de mar.

Ni Aquiles, ni Teseo o Heracles, ni Rómulo o Eneas, ni mucho menos César o Escipión tuvieron nunca un tributo semejante del pueblo."


Pero si hay algo de la historia de Alejandro Magno que intrigue más a los estudiosos que las causas de su muerte, eso es el destino que sufrió su tumba. Por ello Valerio Massimo Manfredi se ha propuesto, en su última obra editada en nuestro país, guiarnos por la fascinante historia de la pérdida de uno de los lugares más venerados de la Antigüedad. Y os aseguro que la aventura historiográfica que nos ofrece merece mucho la pena.


Manfredi divide su investigación en varias etapas, que se podrían resumir en la muerte de Alejandro, el lugar de su enterramiento y su descripción en las fuentes antiguas y las hipótesis sobre su situación geográfica a lo largo de los siglos. Desde los últimos días en la vida de Alejandro, pasando por su muerte, el itinerario de su sepulcro desde Babilonia hasta Egipto, su estancia Menfis y su establecimiento final en Alejandría. Durante siete siglos, esa tumba fue la más venerada del mundo antiguo. Y, sin embargo, desapareció misteriosamente en el siglo IV quién sabe, como bien apunta Manfredi, si víctima de las catástrofes naturales que más de una vez asolaron Alejandría, de las guerras civiles o de las luchas religiosas.

Diodoro y Pseudo-Calístenes nos han narrado las aventuras de Alejandro. Estrabón, Lucano en su Farsalia, el Bellum Alexandrinum o Dión Casio son las fuentes -muy parcas en descripciones- que nos hablan de la tumba del héroe. Éste último tiene una noticia enigmática sobre la desaparición de la tumba:

"[Septimio Severo] (...) hizo retirar de casi todos los santuarios todos los libros que pudo encontrar que incluyesen cualquier historia secreta y mandó sellar la tumba de Alejandro. Y ello para que nadie en el futuro pudiese ver el cuerpo de Alejandro o leer lo que había escrito en dichos libros."

Qué significa aquí sellar, como bien dice Manfredi, es difícil decirlo. Pero si el cuerpo de Alejandro, venerado como un héroe y más tarde como un dios, pudo resistir gracias a ese "sellado" los numerosos asedios que sufrió su ciudad, el tsunami del año 365, los terremotos y la destrucción iniciada por el obispo Teófilo en el Serapeo y su biblioteca (recordemos el final de Hipatia, una de las últimas paganas dementes atque vesanos), podemos calificar a Septimio Severo de genio.


Manfredi nos pone los pies en la tierra cuando recuerda los malos augurios que podemos entrever en las palabras de Juan Crisóstomo: "¿Dónde está, dime, la tumba de Alejandro? ¡Muéstramela, y dime en qué día murió!" Sin embargo, un pasaje de Libanio posterior a este sermón guarda aún alguna esperanza para los aventureros e investigadores cuando habla de "Alejandría, donde está expuesto el cuerpo de Alejandro..."

Quizás la parte más interesante de La tumba de Alejandro sea la dedicada a los últimos siglos de esta apasionante aventura arqueológica. Desde el siglo XIX y el redescubrimiento de Egipto, la búsqueda del sepulcro y los restos de Alejandro no deja de sorprender al lector. Todas las hipótesis elucubradas con mayor o menor fortuna son enumeradas con habilidad por Manfredi: el sarcófago de la mezquita de Atarina, la tumba de alabastro en el cementerio latino (quizás la más coherente de todas), el maravilloso sarcófago de Sidón, el posible enterramiento en el oasis de Siwa donde Alejandro fue proclamado hijo de Amón... Y no se olvida de las anécdotas más llamativas, como la historia del humilde camarero alejandrino que a mitades del siglo XX dedicó su poco dinero a intentar encontrar la tumba de nuestro héroe, o la hipótesis del investigador Chugg, que cree que el cuerpo de san Marcos enterrado en la famosa iglesia veneciana es en realidad el de Alejandro:

"Chugg piensa en algún admirador cristiano suyo, un alto exponente del clero que quizá habría querido salvar sus restos mortales de la furia iconoclasta desencadenada a raíz de los edictos de Teodosio de 391 que dejaron de hecho las manos libres a los fanáticos que querían destruir todo rastro de la antigua religión. Nuestro personaje, por consiguiente, con un solo golpe habría salvado el cuerpo de Alejandro de la destrucción y creado una nueva reliquia importantísima destinada a convertirse en el eje en torno al cual giraría la nueva ciudad cristiana."
Pasadizos secretos, sepulcros de vidrio, leyendas... Signo del poder de una dinastía, reliquia codiciada por muchos y odiada por otros, lo cierto es que encontrar la verdad sobre los restos de Alejandro Magno parece un sueño difícil de hacerse realidad. Pero a veces la historiografía nos demuestra que la historia de ese sueño puede ser tan fascinante como su descubrimiento. Y, por ello, bravo, Valerio.

"La búsqueda de su cuerpo es, en definitiva, la persecución de una quimera, del enigma que trataban de comprender todos aquellos que acudían a visitar el soma, es la curiosidad y la inquietud que mueven a muchos grandes del pasado a contemplar las facciones, a descender a la oscuridad del antro subterráneo bajo la mole del túmulo inmenso para permanecer a solas cara a cara con el misterio. Es la ilusión de que en el caso de que llegásemos un día, y por más absurdo que esto resulte, a tocarlo, como César, como Octaviano, podríamos, quién sabe, comprender por fin."

La tumba de Alejandro. El enigma, Valerio Massimo Manfredi.
Editorial Grijalbo.
Barcelona, 2011.
ISBN: 9788425345449
Tapa dura
18.90 euros.

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Publicado por La Belle Dame Sans Merci para La isla de Calipso el 3/07/2011 11:12:00 AM
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